XXII Festival Máscara de Caoba en el hoy del teatro cubano


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En teatro como en todo, podemos crear en Cuba

José Martí

 

Después de tanto tiempo ha sido muy grato regresar al festival Máscara de Caoba, la cita teatral que organiza el Consejo Provincial de las Artes Escénicas en Santiago de Cuba con frecuencia bienal hacia finales de marzo. En esta XXII edición, la dedicatoria a ilustres hijos de esa tierra y a momentos fundacionales de su historia teatral, auspició una programación amplia y diversa, muy parecida a ese teatro hecho de San Antonio a Maisí, en la Cuba de hoy. A ese quehacer teatral nuestro, donde las cosas se modifican y cambian (en ocasiones radicalmente) al punto de hacer desaparecer razones que creímos inamovibles alguna vez, o lo que pudiera ser más resbaladizo, cualidades aparentemente caducas, rebrotan, reemergen con más fuerza.

Con todo y más, la ciudad ha vestido sus mejores galas en ancho escenario vacío y uniformemente iluminado, para que espectadores y actores no hagan otra cosa que “mostrar su presencia”. El teatro, no ha empezado todavía a existir, diría Antonin Artaud en El Teatro y su doble, ese manifiesto que registra su convicción y apuesta por un “teatro total”. Entonces, la exquisita expectativa que fundamenta lo efímero del acto, el aquí y ahora de su eficacia y eficiencia escénica, en esta suerte de programación teatral total santiaguera, nos abraza sucesivamente tras el paso de una función a otra y hacia la siguiente.

Probatoria de que solo el teatro conoce de esas raras alquimias que permiten ir y venir a través del tiempo y espacio presentes. Aun desafiando las trampas del embuste y el simulacro que pudiera pensarse detrás de la mascarada y el rito casi ditirámbico a que nos conmina la escena hoy, insistimos en el acto travesti, ampuloso, procaz, bellaco e inconmensurable de ser en vida representación de la memoria. Capacidad casi privilegiada del teatro como zona de resistencia, de re-existencia, porfías y esperanzas.

Hay en él, en el teatro y lo teatral, una suerte de transacción ancestral cambiante y escurridiza, espontánea, pero programable desde la producción misma del hecho escénico, donde el universo del actor/actriz y del espectador/espectadora desestabilizan la convencionalidad subsidiaria para trasformar lo aparentemente ficcional, en realidad concreta. Entre el universo del lector-espectador y el del performer se teje una complicidad de presencias, donde el sujeto pierde su condición autónoma y sus atenciones recíprocas adquieren doble direccionalidad en ese todavía no existir artaudiano. Es así, como la escena de hoy se muestra en la disparidad de sus modos de hacer y de ser. Es así como el teatro cubano se reafirma como espacio de emancipación, conquista y de permanencias.

Máscara de Caoba 2024, es selección de lo más diverso de nuestro panorama escénico producido en los últimos años. Concurren en esta fiesta santiaguera, gran parte del teatro que vivo está en sus hechuras, trayectorias y apuestas. Teatralidades en todas sus expresiones, alternancias y modulaciones. Teatro familiar, juvenil, para adultos, humor, intervenciones urbanas, descargas, performances, presentación de publicaciones, exposiciones, fórums temáticos, trueques entre anfitriones y convidados, etc., conforman la agenda de la presente edición en un Santiago que muestra un equipo de gestión y organización renovado y muy competente.

Pensaría que la estrategia curatorial que guiara la actual programación del evento, quizás estuvo en la convergencia de lo diverso. Distintas poéticas, asuntos y teatralidades venidas de casi todo el país. Producciones más recientes y otras que ya forman parte del repertorio activo de grupos principales, ellas comparten espacios comunes desde sus respectivos vocabularios expresivos y modos de espectacularización en sus relaciones con el lector-espectador. Teatro como documento, como auto-ficción, como reinvención de historias quizás conocidas; proposiciones en derivas (las menos) y otras más apegadas a las convenciones en sus elaboraciones espectaculares. El arte de la dirección y el de la interpretación marcarían razones ocupacionales del momento para insistir en aquello que le es propio (por convención y convicción), cualitativo e intrínseco a la resistencia visceral del teatro y lo teatral. Pues solo haciéndose desde las inmanencias de sus contextos sociales, territoriales, culturales, artísticos, políticos, desde las urgencias de sus mujeres y hombres, desde los avatares que nos obligan definirnos una y otra vez (como describiera la agenda del Máscara de Caoba 2024), hoy “lo teatral”, es campo movilizador de atenciones. La tierra voltea, los humanos emigran (y perecen) en masa, la vida pospandémica todavía se siente amenazada ante los desquites de la Naturaleza, las guerras y rencores; entonces, corresponde hacer de la escena un convite al amor, un movimiento de justicia y perpetuidad de nuestra especie.

Los días de festival se iniciaron con talleres de entrenamiento vocal impartido por la profesora y actriz Ana Rojas, seguido por el habitualmente llamado “evento teórico”, coordinado por el equipo de investigadoras del Centro de Documentación de las Artes Escénicas. Allí, entre conferencias, charlas, mesa panel y presentación de publicaciones (Yadira Herrera, teatróloga, actriz y directora de Ediciones Cúpula (ISA); las que compartiera el actor, dramaturgo e investigador Carlos Padrón, etc.), se habló de cuestiones universales, nacionales y locales, de asuntos varios que nos son comunes aun cuando los contextos y maneras de producir pudieran cambiar de Guantánamo a Pinar del Río. Lástima que estas acciones no fueran aprovechadas con mayor intencionalidad por los participantes al festival. Desafortunadamente, continúan algunas zonas no resueltas para entender que teoría y práctica son, “de un pájaro las dos alas”. Y nótese que los encuentros temáticos se ajustaron a las concepciones curatoriales del propio festival, y al propósito de devenir plataforma activa que registre las coordenadas y comportamientos discursivos que asume la teoría y la práctica escénica santiaguera y cubana en la actualidad.

Privilegio ha sido dentro de la amplia muestra artística del Máscara de Caoba 2024, advertir cuánto puede el teatro en su ser narrante de la vida/obra presente de grandes intérpretes que construyen nuestra historia actual. Ver en escena a Verónica Lynn, Miriam Muñoz, Fátima Patterson, Jorge Luis de Cabo, saber que Nancy Campos y Dagoberto Gaínza estrenaron su más reciente creación a escasos días antes de la apertura del festival, es también una clase magistral para tantos jóvenes artistas, estudiantes en formación y públicos noveles. Qué el buen hacer de Rubén Darío Salazar y Zenén Calero con Teatro de Las Estaciones comparta su excelente factura visual y de realización escénica, es rigor. Que Freddys Núñez con Teatro del Viento sigan siendo ruta descriptiva de asuntos medulares hoy, denota fina tenacidad. Que Mario Junquera con su Espacio Interior se expanda y muestre su sostenido trabajo de investigación de tantos años, es atendible. Y con ellos: Ury Rodríguez, Juan González Fiffe, Kike Quiñones o Fernando Muñoz, quienes comparten de “tú a tú” cartelera con una sensibilidad teatral emergente (no solo por ser más jóvenes), sino por irrumpir, articular, hacer germinar razones que vienen significando grafías zapadoras de “lo procesual” como práctica escénica idénticamente eficaces para cambiar, mover las fichas, mostrar otras rutas investigativas en ese aún no existir teatral del que hablara Artaud; me refiero a las propuestas firmadas por los santiagueros Juan Edilberto Sosa y Rey A. Pascual García, por el pinareño Irán Capote, por el guantanamero Geordany Carcasés.

Máscara de Caoba 2024, allí anclado hacia el extremo oriente cubano expandió su geoprogramación, no se limitó a una zona de nuestra isla; supo trazar una coordenada operativa más plural y hasta gremial. Quiérase que la intención permanezca y sea cenit invitante para fraguar ese necesario puente vivo entre teoría y práctica, entre memoria, realidad y derivas discursivas. Quiérase que la invención comprenda ingenuidad y reflexión, naturalidad y artificialidad, convención y liminalidad, cual equilibrio de subsistencia y también de cambio; solo así la organización podrá establecer estrategias de desarrollo que permitan imaginar, sugerir, proponer y discutir sobre aquellas modulaciones dialógicas que caracterizan el teatro que hacemos, el que podemos y queremos hacer en nuestra tierra. Teatralidades todas, resueltas o por resolver su eficiencia alguna vez, pero vívidas, parlantes, actuantes, movilizadoras de públicos y pensamientos a partir de formas discursivas que hacen el hoy de nuestra escena. Allí donde el Máscara de Caoba puede tornarse traspase para el intercambio teatral desde y hacia Santiago, Cuba y un más allá siempre posible. Sí, pues no hay razón más fecunda para celebrar tantos años de andadas que el hecho veraz de ser trasfiguración presencial del espectador y del performer en tiempo y espacio presentes, justo aquí donde, como anotara oportunamente José Martí: en teatro, como en todo podemos crear en Cuba.

 


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