La 19 edición del Festival de Teatro de La Habana quedó inaugurado con uno de los actos que componen el homenaje a la Maestra Berta Martínez, artista del teatro cubano e iberoamericano a quien se dedica esta cita bienal en Cuba.
La legendaria sala Hubert de Blanck resultó el lugar del acontecimiento, sede desde 1991 de la compañía homónima de la cual Berta fue fundadora, a la vez que también del reconocido grupo Teatro Estudio entre 1964 y los albores de los noventa, una agrupación donde la Maestra descolló como directora, actriz y diseñadora durante las tres décadas que integró su nómina.
Allí, en la que fue su casa por más de medio siglo tuvo espacio la inauguración de la exposición Vivir para la escena: Berta Martínez, cuya curaduría estuvo a cargo de la diseñadora Gabriela Reyna y las investigadoras Nancy Benítez y Claudia Betancourt.
La muestra estuvo organizada por la Compañía Teatral Hubert de Blanck (que también se ocupó de las labores de montaje), el Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas y la Galería Raúl Oliva y cuenta con dos espacios de presentación.
En la primera planta está la simulación del camerino de la actriz, con fotos, catálogos y algunos objetos personales y, en la segunda la exhibición de algunas piezas de vestuario y utilería que corresponden a su labor como diseñadora, junto al audiovisual Berta Martínez, del realizador Manolo Luis, un documento sumamente valioso ante la breve memoria en el ámbito de la imagen en movimiento que se conserva de esta alta figura de nuestra escena y nuestra cultura.
Reconocida como uno de nuestros grandes directores escénicos
Tras las palabras inaugurales del evento a cargo de Yamina Gibert, Directora de Desarrollo Artístico del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y Curadora del Festival, el actor, crítico teatral e investigador, Maestro de Juventudes 2020, Roberto Gacio Suárez hizo la evocación de la gran artista.
Con palabras precisas, justas y plenas de emoción trazó su recorrido por las tablas cubanas y extranjeras y la ubicó como uno de nuestros grandes directores escénicos -- más allá del sesgo genérico--, a la vez que resaltó, con recuerdos propios, su extenso diapasón actoral que la destacó como una de las más versátiles actrices cubanas capaz de interpretar con excelencia teatro clásico español, contemporáneo universal y teatro popular cubano.
También se refirió a su labor como diseñadora escénica de todas las especialidades, a su magnífico trabajo con la iluminación teatral, disciplina donde sentó cátedra y precedente y a su particular trabajo de composición espacial a partir siempre del escenario vacío que se iba modulando y tornándose expresivo y lleno de significados mediante la presencia y el movimiento del coro de actores, cual si se tratara de una escultora de paisajes humanos.
Por supuesto, no podía dejar de mencionarse su vocación de pedagoga: su infinito afán de compartir conocimientos, experiencias, habilidades, saberes; su exigencia exquisita a todo aquel que tomara parte en una de sus puestas en escena, su laboriosidad para conseguir lo mejor y más acabado que pudiese ofrecer cada intérprete, su peculiar modo de trabajar la voz, su alcance, tonos, ritmos, intenciones.
Berta apostó por una escena que nos deslumbrara los sentidos
Y es que Berta apostó por un teatro regido por la belleza y el ejercicio del pensamiento. Una escena que nos deslumbrara los sentidos con su esencialidad, a veces con figuraciones barrocas o con imágenes austeras, y, no obstante, polisémicas, cargadas de inquietantes significados.
No puede decirse que su catálogo como directora -- labor a la cual decidió dedicarse enteramente a partir de su paradigmática creación de Lala Fundora, en Contigo pan ycebolla, de Héctor Quintero--, sea extenso.
Berta se caracterizó durante la mayor parte de su trayectoria por realizar procesos de montaje de larga duración que tal parecían piezas de una orfebrería compleja donde la directora intervenía en la modelación de cada interpretación, en la organización de todo el diseño espacial mediante el trabajo de los cuerpos del coro, en la elaboración de los tejidos y de los cueros, metales, sogas o cualquier otro material con el cual confeccionar vestuario, utilería y atrezo.
También intervenía en la concepción y organización del ambiente sonoro, puesto que el teatro es una creación integral que incorpora disímiles lenguajes y moviliza todos los sentidos; en la preparación de los viejos equipos de iluminación para lograr el ajuste preciso del haz de luz que había imaginado para completar su espectáculo y, finalmente, en el diseño de ese mundo de colores o de claroscuros, según conviniera, que debía dibujarse en el aire y donde llegó a ser famosa tanto por las atmósferas logradas como por la limpieza absoluta, la definición perfecta con la cual sus conos de luz surcaban el espacio, propiciando un deleite visual y una gramática de tonalidades que daban el sentido final a cada instante.
Consecuente con el concepto de un teatro de repertorio y con la noción del teatro como una creación siempre viva, transformable, abierta al enriquecimiento de cada nueva mirada (la ventaja sobre la imagen ya fijada del filme),sus puestas fueron distintas en cada temporada. No se trataba de una directora ansiosa por dejar atrás una obra para dedicarse a la siguiente, sino de alguien con sentido de proceso, de diálogo con un presente siempre en movimiento, en fuga; de producción paciente de nuevas capas de significado.
Festejo, regocijo colectivo, cubanía fueron sus dos últimas puestas
También en la creación de espectáculos mostró la extensión de su registro. Del momento más alto de las tragedias lorquianas con su exquisita y profunda puesta de Bodas de sangre transitó al teatro musical con lo más popular entre nosotros del género chico español, convenientemente versionado para conseguir su actualización y su sintonía total con los públicos.
Festejo, regocijo colectivo, diversión plena de cultura, gracia, agudeza, cubanía fueron sus dos últimas puestas, de las cuales salíamos con el alma lavada, olvidando torpes querellas: queriéndonos más; todos cómplices, reconocidos miembros de una comunidad humana peculiar.
Este salto del drama hacia la comedia y la música era la preparación, el entrenamiento para una obra mayor que muchas veces anunció y que solo ella entreveía, hubiera significado la mixtura compleja, el entretejido entre drama y humor. También entre clásico contemporáneo y una tipología de carácter que ha trascendido todas las épocas enseñoreándose del presente, para hablar del eterno tema del poder.
Nos dejó la expectativa, el anhelo. Tal vez, el estímulo: la tarea inconclusa. El desafío. Eso es el Teatro: un arte absolutamente presencial que se trasmite únicamente de maestro a discípulo. «Inconcebible en soledad» --expresará, rotundamente, la ensayista cubana Mirta Aguirre.
Le puede interesar:
Deje un comentario