FÉLIX VARELA Y EL AMOR A CUBA


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Félix Varela Morales (1788-1853). Sacerdote, intelectual, educador, filósofo político y revolucionario cubano.

El sacerdote católico Félix Varela todavía sigue siendo un desconocido para la mayoría de las actuales generaciones de cubanos; algunos jóvenes lo mencionan con veneración, casi todos le guardan respeto porque tienen una vaga idea de que se trata de un patriota, y los más informados repiten mal una frase de José de la Luz y Caballero, quien, refiriéndose a su maestro, escribió: “mientras se piense en la Isla de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero en pensar”.

Varela es el punto de partida para entender a una “Cuba cubana”, como quería José Antonio Saco, aunque el sacerdote, iniciador de un movimiento de renovación cultural para cimentar la convicción patriótica, pudo arribar a conclusiones que iban más allá del reformismo: no solo llegó a la idea de la independencia, sino a la de la emancipación. Se trata de uno de los hombres más “peligrosos” de su tiempo, considerado su enemigo número uno por el capitán general Miguel Tacón, quien fue capaz de aquilatar la importancia de su prédica y el filo de su pensamiento, no solo contra el absolutismo español sino contra todo pensamiento conservador.

Su ideario es tan liberador que cuando llegó la república neocolonial se minimizó el carácter social y político de su proyección ideológica, y las referencias a su pensamiento se ciñeron a polémicas filosóficas antiescolásticas de su tiempo, libradas para iniciar el desmontaje opresivo de lo colonial. Y aunque parezca una exageración, todavía sobreviven secuelas más o menos disimuladas de ese escolasticismo que el sacerdote y pedagogo tanto combatió. Enrique José Varona, heredero del legado vareliano, tomó sus principios educativos para implantar en Cuba, a inicios de la república, una pedagogía moderna, razonadora y científica, opuesta a la enseñanza memorística que rebrota entre nosotros como un virus; lamentablemente, el patrimonio de su pensamiento social y político no fue tan estudiado, de ahí la necesidad de revitalizarlo.

Medardo Vitier insistió en retomar sus estudios filosóficos y José María Chacón y Calvo intentó recuperar los políticos, en ambos casos ceñidos a su contexto; aún con mayor entusiasmo, Emilio Roig de Leuchsenring y un grupo de historiadores, lo tomarían en cuenta al promover un discurso antimperialista desarrollado en medio del servilismo neocolonial de los gobiernos de turno. Varela seguía siendo peligroso, aunque todavía algunos no habían calculado el alcance esencial de su pensamiento.

Varela no se quedó en la crítica a la escolástica medieval, como correspondía a un representante de la Ilustración; se dio cuenta de que España había transferido al Nuevo Mundo un modelo de dogma que para América no funcionaba, pero que se arraigaba en la pedagogía como la hiedra a la piedra; los teólogos peninsulares lo impusieron en la enseñanza en la Isla, fructificó, y le servía al colonialismo para perpetuarse en su opresión. La escolástica criolla se traducía en la práctica cotidiana en un “hacerse de la vista gorda” con la trata de esclavos, en “dejar hacer mirando hacia otro lugar” mientras crecían las riquezas con el azúcar, en nunca “agarrar al toro por los cuernos” y sobornar hasta al capitán general para aumentar sus arcas: la gran hipocresía de una oligarquía que utilizaba a la burocracia para redondear sus negocios.

El sacerdote católico, después de la persecución sufrida en España por defender un proyecto autonómico para Cuba y de su contacto con el liberalismo en Estados Unidos, sabía que la Ilustración en la Isla debía tener otra meta histórica diferente al triste papel desempeñado por este movimiento en una metrópoli que al final restableció el absolutismo y nunca se convirtieron en república. Estaba convencido de que Cuba no necesitaba la autonomía, sino la independencia, porque América era diferente y el suyo, un país con rasgos y perfil propios; su primera tarea, entonces, fue sintetizar en razones esta realidad e instalar esas peculiaridades en ideas razonadas; su discurso periodístico se dirigió a fortalecer este objetivo basado en una ética para amar a la patria cubana, dejando a un lado la retórica y apelando a un eclecticismo que no era la unión chapucera de una cosa y otra, sino una integración creativa de libre elección, solucionadora de los reales problemas de Cuba bajo el principio de la ética.

Nacido en el seno de una familia habanera de clase media, dedicado al magisterio y al sacerdocio, sin heredar propiedades ni esclavos, tuvo la suerte de contar con mentores como el obispo antiesclavista y antiescolástico Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa ─el obispo Espada, también muy poco estudiado hoy─ que contribuyeron a fomentar su ética patriótica y su pensamiento antioligárquico, y afianzaron en él la firme convicción de que la Isla tenía muchas condiciones para aprovechar sus riquezas naturales, dejando a un lado el pedantismo teórico, para avanzar hacia el progreso de su sociedad.

En medio de la polémica en torno a si Cuba requería de otros países para su independencia, escribía Varela desde Estados Unidos en su periódico El Habanero el artículo “¿Necesita la Isla de Cuba unirse a alguno de los gobiernos del continente americano para emanciparse de España?”: “Producir en abundancia y cambiar sus frutos por las producciones de todo el mundo sin excepción alguna, y con el menor gravamen posible, he aquí el principio vital de la isla de Cuba” (Félix Varela: Escritos políticos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 206). No le había hecho falta leer a Carlos Marx para convencerse de la importancia de tener una economía fuerte para decidir en política.

Actualizar las prédicas de Varela hoy también puede ser muy riesgoso para el pensamiento burocrático y para teoricistas doctrinarios de “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Eduardo Torres-Cuevas ha destacado lo más significativo en la formulación de su estrategia política: “a) Preferir el bien común al bien particular, b) no hacer nada contra la unidad del cuerpo social, c) hacer solo lo que es posible hacer” (citado en: Eduardo Torres-Cuevas; En busca de la cubanidad, t. II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 27). Si todo ciudadano cubano común, sea quien sea y piense como piense, cumple estrictamente estos tres simples principios, está amando a Cuba para que sea cubana, lo que, dicho de otra manera, podría sintetizarse en: subordinar los intereses privados o individuales a los sociales o colectivos para afianzar la justicia social; proteger al país con la imprescindible unidad para lograr un proyecto social que cumpla con el apotegma martiano de “con todos y para el bien de todos”; y contar con la ciencia para conocer los límites de “lo que es posible hacer”.

En el imprescindible artículo “Tranquilidad de la Isla de Cuba”, también de El Habanero, el sacerdote hace un llamado que debe ser mejor escuchado: “Lo que más debe desearse en la isla de Cuba sea cual fuere su situación, es que los hombres de provecho, los verdaderos patriotas se persuadan que ahora más que nunca están en la estrecha obligación de ser útiles a su Patria, obligación en cuyo cumplimiento va envuelta su utilidad personal; que depongan una timidez cohonestada con el nombre de modestia, que tomen parte en todos los negocios públicos con el desinterés de un hombre honrado, pero con toda la energía y firmeza de un patriota” (Félix Varela. Escritos políticos, cit., p.135).  No haría falta más doctrina para “pensar como país”.

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