Alfredo Sosabravo, pastor de imágenes


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Fotos: Daniel González Cabello.

Este libro sobre la obra en papel de Alfredo Sosabravo es un documento imprescindible para su registro y estudio en el futuro. Mucho acierto ha tenido Collage Ediciones, del FCBC, así como René Palenzuela, su promotor y coordinador editorial, en gestar una obra de esta naturaleza. Las razones son muchas, expondré algunas.

De la mano de Alfredo Sosabravo la infancia se transmuta y se convierte, visualmente, en la vida entera. Él está más cerca que ningún otro artista cubano de todo lo que olvidamos al hacernos mayores o adultos; aquella lejana época en que mirábamos con azoro cuanto nos rodeaba o, como dijo el poeta, cuando imperaban la sonrisa y el llanto, los juegos y las pedradas, y nos creíamos gigantes. La obra de Sosabravo es un viaje al centro de la llamada Edad de Oro, esa zona ignota en la que crecimos alguna vez y que, cuando pensábamos que ya era un lugar cómodo para residir, nos vimos arrastrados inexorablemente al vértigo de la juventud. Sin embargo, hay algunos elegidos que permanecen por siempre en esa dimensión temporal, Sosabravo es uno de ellos.

Hay tres rasgos que se me antojan centrales en la obra de Sosabravo y que están presentes tanto en el soporte sobre papel, ya sea grabado, pintura o dibujo, como en la generalidad de su trabajo tridimensional, me refiero a: su condición babélica, la exuberancia de su colorismo y la naturaleza onírica, muy vinculante con la cosmovisión infantil. Comencé por esta última porque es la que resulta más visible y la que considero identifica mejor su quehacer creativo.

Sosabravo en sus inicios en el arte, como lo ha manifestado en varias entrevistas, temió ser considerado un pintor naif, es decir, dar la impresión de inexperto o elemental, una preocupación natural para cualquier principiante en el arte. Probablemente no pudo imaginar en el balbuceante comienzo, que, a la vuelta de siete décadas de creación de imágenes, realizada de manera infatigable, sostenida y constante, y después de alcanzar la muy difícil maestría y todo tipo de reconocimientos, esa sensación de ingenuidad es hoy su firma más reconocida en el Olimpo artístico nacional e internacional.

La obra sobre papel de Sosabravo es de altos valores antropológicos y, al mismo tiempo, es capaz de plasmar lo trascendente de la belleza, la alegría de la vida, lo carnavalesco en su estado más natural. El milagro de vivir, aunque pase de lo sombrío a lo alegre y viceversa, porque la vida es así de azarosa, siempre estará lleno de matices, colores y de energía positiva, según su estética personal.

El color funda. Dicen que la imaginación, esa capacidad esencialmente humana, produce sus imágenes en colores y que los sueños, no se sabe con precisión en qué tonalidad se producen. El misterioso y plural mundo del inconsciente, tan labrado por los surrealistas, sigue siendo un territorio propicio para el arte. En el caso de Sosabravo, tanto la imaginación como el sueño conforman un universo pleno de colores, un mosaico de miles de tonos, un diorama de matices infinitos en los que, probablemente, aparezca de vez en cuando un tono de color totalmente desconocido. La obra de nuestro artista es una de las más claras plasmaciones del colorista puro, en ella el color es una realidad, no un apoyo o un aditamento, es una forma de hacer arte. Cuando la figuración se distiende o disimula en la abstracción, el color refulge y se convierte en protagonista absoluto.

Los personajes sosabravianos, salvo raras excepciones, están gestados desde la alegría plena del color. Sus cabelleras, espejuelos, sombreros, vestuarios, toda su fisonomía y sus accesorios, en el dramatismo sabroso de sus narrativas, están realizados desde la voluntad colorista inmanente del artista. Como dijo Valerio Adami, “El instrumento para leer el dibujo es el color, como la voz es el instrumento para leer la palabra escrita”. Es decir, el color como la voz de la pintura y el dibujo, una idea interesante.

Las piezas sobre papel (y las demás) de este creador nos estimulan porque no son mero ornamento, en ellas hay un sentido de luminosidad palpable, es lo que algunos estudiosos (en particular Rufo Caballero) han llamado lo Caribe, por su composición y luz. Solo el color puede confundirnos con el valor decorativo que pueden poseer sus piezas, que lo poseen ciertamente. La luz es la definidora de esta obra. Un relumbre acentuado por la trama colorista. La luminosidad está en todas sus piezas, cuando es visible y aun cuando no lo es de forma evidente. La luz y el color. Mundo alucinante.

La mirada del infante Sosabravo nos domina: en esta obra el tacto mira, la mirada palpa y los ojos oyen los colores. Mundo de los sentidos. Las cosas son las mismas y son otras, la mente no piensa ideas sino formas, el deseo del niño-grande finge eternidades y las imagina siendo y moviéndose, son como castillos en el aire más terrenales que cualquier otra cosa, incluso que la propia tierra.

La traducción sensible del mundo es una transmutación. En ese sentido, los animales que una vez sorprendieron al niño Sosabravo, no lo abandonaron jamás, anclaron en su memoria y alimentaron su poderosa imaginación. Con el paso del tiempo la capacidad fabuladora del artista fue reconfigurando esos seres y nutrieron su imaginario. La fantasía hizo el resto. Aves, peces, caballitos, gatos, lagartos, caracolas, rinocerontes dieron paso a animales tricéfalos, unicornios, sirenas, animales con ruedas y otro grupo exuberante de seres de una fauna muy personal.

Esa hibridación de personajes también ocurrió con las cosas y objetos, así, las cafeteras, búcaros, lámparas, tijeras, pelotas, guitarras y aviones o pequeños trenes, dieron lugar a Torres de Babel, muñecos articulados, globos aerostáticos y otros felices engendros de la fabulación más desbocada. Igual sucede con los personajes antropomórficos, Sosabravo festeja cuando los crea, les da vida y los pone a actuar delante de nuestros ojos.

Sosabravo traza sus signos mágicos y nos recuerda una sentencia de Octavio Paz que merece se cite en este momento: los artistas son los que le ponen los signos de puntuación al mundo. Es cierto, el poeta mexicano dio en el blanco: Sosabravo nos aporta los acentos, las comas, los signos de admiración y de interrogación. Su mitología personal nos sigue acompañando en este mundo austero, a veces amargo y hostil, pero siempre abierto a los placeres y las alegrías.

Sosabravo es desde hace buen tiempo el patriarca indiscutible de nuestro panorama artístico visual o, si se quiere emplear otra denominación al uso, el presidente de nuestra república de las imágenes visuales, de nuestra visualidad. Y esa elevada posición la alcanzó no solo por el dominio técnico (al que llegan muchos), o a la longevidad (a la que lamentablemente arriban pocos), sino por su inalienable manera de ver el mundo con los ojos de niño y trasladarlo magistralmente a sus piezas.

El artista ha abordado la realidad desde su mediación favorita, lo onírico. Mundo de sueños, atemporal, permanente, inmutable, la mirada de Sosabravo es la del insomnio, insomnio fecundo, fulgurante, no pesadillesco. Él se ha escapado del tiempo enclaustrado de sus fronteras personales para dejar expuesto, a la intemperie y para todos, su talento y su genio. La suya es una obra abierta y plural. No se parece a la de nadie y ninguna otra obra se le asemeja. Es único.

 

*Palabras del autor en la presentación del libro Sosabravo sobre papel. Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, Cuba.

 

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