Son 14.
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La llegada del conjunto Son 14 cambió las reglas del juego en muchos aspectos dentro de la música cubana, pero también envió una señal de alerta al mundo de la salsa; sobre todo al que estaba establecido en la ciudad de Caracas, que comenzaba a desplazar en importancia a San Juan, la capital de Puerto Rico y a la misma ciudad de New York.
Este desplazamiento no era otra cosa que el resultado de la bonanza económica que había tenido Venezuela en la segunda mitad de la década del setenta, a raíz de los precios exorbitantes que había alcanzado el petróleo. Tal bonanza incidió en que ofrecer un concierto en el Poliedro de Caracas se convirtiera en la siguiente meta de los cultores de una música que ya comenzaba a recibir el calificativo de “afroantillana”.
Adalberto Álvarez.
Adalberto Álvarez, su director y fundador, entraría en el selecto grupo de orquestas cubanas que se habrían de presentar en aquella plaza bailable en esos años. A ese grupo pertenecían la orquesta Aragón, todo un mito necesario para la salsa y el cantante Pacho Alonso que convirtió la ciudad de Panamá en su principal plaza musical.
Un detalle interesante de esta historia ocurre en el año 1979. Y es que en ese año llegan a los Estados Unidos, a la ciudad de New York en particular, primero el grupo Irakere y posteriormente una “embajada cultural” conformada por la Orquesta Aragón, el grupo de rumba Los Papines y la cantante Elena Burke.
Orquesta Aragón.
Los Papines
Elena Burke
Estos dos acontecimientos, que aparentemente no tienen relación, dieron un vuelco a las dinámicas internas no solo de la música salsa, sino también del jazz, sobre todo la corriente conocida como latin jazz y dentro de este, el afrocuban jazz.
Irakere
Pero mientras New york se rendía a la presencia de la Aragón y compañía, y el grupo Irakere cruzaba más de una ciudad de aquel país impresionando a muchos y convirtiéndose en la primera formación integrada por músicos cubanos residentes en la Isla que eran nominados y ganaban un premio GRAMMY en La Habana y en toda Cuba en general; estaba ocurriendo un interesante proceso de “redescubrimiento musical más allá de la propia salsa”; y su protagonista era nada más y nada menos que el venezolano Oscar de León; aquel que meses antes había abandonado la Orquesta Dimensión Latina y que no estaría presente en el viaje de esos músicos a los carnavales de Santiago de Cuba.
Oscar de León
Paralelo a la llegada de Oscar de León a los predios musicales cubanos desde la ciudad de Santiago de Cuba comienza a llegar un sonido recurrente: el merengue, y los abanderados de esta propuesta son los músicos de una orquesta llamada Los Karachi, que no eran otros que muchos de los integrantes de aquella orquesta que a mediados de la década se habían presentado en el programa Juntos a las 9 con el nombre de Meteoros del Caribe y que fueron atacados sin piedad por atreverse a tocar “el sonido Filadelfia” que no era otra cosa que una mezcla de música salsa con merengue y algunos ritmos afrocaribeños.
Karachi removió la escena musical cubana de una forma que hasta ese momento no había ocurrido, sobre todo por la fuerza de su cuerda de metales solo formada por trombones, algo que no tenía parangón en el sonido cubano del momento, en el que predominaban las cuerdas mixtas, es decir, trompetas y saxofones o solo trompetas.
Pero en este momento el oriente cubano aporta nuevas propuestas en las que se funden la tradición con los nuevos fundamentos estéticos musicales que se imponían en el continente: orquestas como Los Taínos de Mayarí, Los Rítmicos de Palma y una charanga que partirá de la influencia del órgano para definir su sonido: la Original de Manzanillo; ellas se erigen en la vanguardia musical más allá de la capital y pondrán una nota interesante.
Del mismo modo se han de insertar formaciones como la camagüeyana Maravillas de Florida y la Orquesta Aliamén de ciudad de Santa Clara. Con ese toque distintivo se comienza a conformar un sonido que aportará elementos novedosos y que explotará a comienzos de la década siguiente con una formación como Los Yakos, asentada en Matanzas y que será el primer anuncio de que las cosas estaban cambiando. Y lo más importante: el asunto salsa había sido entendido y reinterpretado por los músicos cubanos de ese entonces.
Mientras esto ocurría fuera de la capital, en sus plazas bailables se mantenía intacta la influencia de orquestas como la Ritmo Oriental que se enfrascaba en cambios notables en la percusión y se imponía el Conjunto Roberto Faz con una versión de un tema clásico del Gran combo de Puerto Rico en la voz del manzanillero Rolando Montero, conocido como el Muso: Que le pongan salsa.
Los Van Van.
Una nota interesante de este periodo es la etapa de meseta tanto creativa como de popularidad de una orquesta como Los Van Van. Formell, en ese entonces se propone regresar a escribir música para espectáculos de cabaret y de alguna manera descuida su función al frente de la orquesta y deja en manos de José Luis Cortés parte de la función creativa. El Tosco, como era conocido, genera temas que llegarán al gusto popular pero que se distancian en alguna medida de aquellos presupuestos musicales que había trabajado Formell, en especial su devoción por el rock. Los temas de Cortés acusan una fuerte influencia jazzística que oxigenan la proyección de sus músicos, hasta el momento en que es llamado a formar parte de Irakere y Formell reacciona y regresa con más bríos creativos y decide hacer caso a la propuesta del Tosco: incorporar trombones a su charanga.
Desde entonces, la visión de la salsa en Cuba será más cerca de la innovación y a pesar de que nunca fue imitativa, tendrá un componente inesperado: un alto nivel musical. Tal vez el más alto que alguna vez se soñó.
Habrá que esperar a comienzos de los años noventa para vincular a los músicos cubanos residentes en la Isla con la salsa nuevamente. Solo que esta vez será con una visión distinta y ese vínculo tendrá un nombre sugerente: Timba.
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